Los días transcurrían uno detrás del otro sin ningún sentido. Hacía todo lo que tenía que hacer. Levantarme, desayunar, asearme, trabajar, ir al gimnasio, pasear, quedar con amistades, volver a casa, leer, dormir… Pero no saboreaba ninguno de esos momentos. Sentía que no era yo, que había perdido toda capacidad de disfrute. En ocasiones, incluso llegaba a sentirme fuera de mi propio cuerpo. Era una sensación horrible, estaba muerta en vida. Era una forma de protegerme hacia aquellos sentimientos y emociones que no quería mirar.
Era ANSIEDAD.