Ella no quería estar sola, pero no le quedaba otra. Los días pasaban, la rutina la salvaba. Las horas se sucedían carentes de sustancia.
Hoy, como todos los días, ella se levanta. Con una aparente felicidad que tardíamente se presentaba. Es una sensación que dura todo el día. Un no sé, un no saber qué.
Pero ella sonríe. Con esas sonrisas sinceras que solo la gente triste sabe expresar. Esas sonrisas que encierran el dolor de un alma que no encuentra consuelo en nada de lo que haya.
No le quedaba otra…
Las sonrisas de la gente triste, tan bellas, tan malentendidas, escudo y jaula, producen arrugas de vidas de mentira.
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